Prólogo:
Conocí a Gonzalo Izquierdo por primera vez durante aquellos años de Frei padre, en el Archivo Nacional donde nos encontramos en la ardua tarea cotidiana de rogarle a ese solemne depositario que nos rindiese sus secretos. Dada su reserva natural hacia cualquier persona y sobre todo a un ingenuo e incomprensible gringo, nos observábamos cautelosa mente hasta que finalmente terminamos con un amargo nescafe en la calle Mac iver. Un día después de dos meses de esas danzas rituales,Gonzalo rumiaba--siempre hablamos en su impecable inglés- que en un futuro indefinido quizás podríamos venir, mi esposa y yo, a cenar en su casa. Maravilloso,le dije, "vendremos a las nueve hoy día." Estaba sediento por conocer algunos nativos y en general, me había sido difícil llegar a una amistad más allá del intercambio superficial.
Durante los meses siguientes nos veíamos casi todos los días alrededor de la robusta mesa de roble del archivo y paulatina pero firmemente llegamos a ser amigos. Traíamos nuestro franciscano pan y fruta en una bol sita y nos sentábamos a la sombra de la estatua de Lastarria en las faldas del cerro Santa Lucia. Comíamos de vez en cuando un pegajoso dulce en los salones de té en Huérfanos mientras hablábamos libremente y con poca inhibición de política, de la vida, del amor. Gonzalo trataba de enseñarme una pequeña parte de su amplio conocimiento de la historia de Chile, al mismo tiempo que moderaba mis entusiasmos, a veces excesivos.Una tarde, recuerdo que la luminosa belleza de una chilena sentada al otro lado del salón me llamó la atención. cuando le indiqué a Gonzalo el objeto de mi admiración,él se permitió una discreta mirada y luego de echar una bocanada de humo, me respondió con una ligera sugerencia de impaciencia. "No es hermosa Arnold, sólo joven.
Los meses se convirtieron en años. Por su chispeante sentido del humor y fina ironía, por su trato delicado con los amigos y familiares, por su gran conocimiento y amor a su país empecé a imaginar a Gonzalo como representante de un "Chile profundo" que me esforzaba en entender. Era para mí, un hijo de su tierra, con raíces profundas, emocional e intelectualmente vinculado a su historia. Como muchas personas, Gonzalo tendía a identificar a su clase con el destino del país A veces en el remolino de gente y tráfico de las desordenadas calles céntricas de Santiago, me parecía que él había emergido de las páginas del Lazarillo de Tormes un austero y elegante hidalgo novo mundano altiva mente indiferente a la vulgaridad de la vida cotidiana. Pero como lo demuestran sus cartas,era un convencido demócrata, un hombre humano y compasivo.