viernes, 8 de abril de 2016

viernes, 1 de abril de 2016

Mensaje del hermano Silvestre

Ahora que celebramos Pascua de Resurrección  quiero compartir con ustedes este mensaje del padre Silvestre, que no solo cuenta su experiencia  de vivir en la pobreza sino que profundiza la verdad de estar con Cristo, resucitado y trascender con él.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Un día feliz

Hoy ha sido un día luminoso para mí.  Llegaron Rosita Parra (sobrina nieta, nieta de mi querida hermana Manané) y Rodrigo, de la India. Luego de un almuerzo cálido y muy rico, fuimos a caminar por el Parque Escondido, con su pileta y sus lotus, rodeado de un verde precioso, con sus bancas de madera, donde uno se sienta a conversar, a meditar, a contemplar. Es una tarde tibia, de pronto entre los árboles  y el pasto  veo una figura sentada, que me parece conocida, es mi nieto Patricio, tiene un halo angelical, me mira y se funde en un abrazo conmigo. Nos sentamos los cuatro frente a la pileta, y se da un dialogo distendido como si todos nos conociéramos de mucho tiempo. Los tres personajes parecen de otra galaxia, sin barreras, libres, cálidos, me da una sensación de paz y felicidad. Intercambiamos emociones, experiencias, vivencias, hay un ambiente de magia, ¡me siento muy feliz!.

Vamos a buscar a la Francisca a la piscina, (mi hija) ella está rauda al sol, llena de luz, es otra Francisca, irradia  plenitud, por el día  de mañana, ¡el encuentro!, con el ser que ella ha elegido, hay tanta energía en ella, es algo espiritual y físico. Es un día más, pero un día pleno.

Subimos a mi pieza y vemos las fotografías del viaje a la India, de Rosita y Rodrigo, son realmente Buenas, más que eso sacadas desde la esencia de lo que hay que conocer. ¡Qué país tan interesante la India. Mísero, duele ver tanta pobreza, pero con una espiritualidad que surge a la vista. Fue revelador ver vacas, monos, circulando por las calles. Esa vegetación prodigiosa, junto con el Ganges y esas miles de figuras que se funden en el agua, donde entierran a sus seres queridos. También lavan la ropa y se bañan, uno no lo puede entender, pero es parte de ellos mismos.

Estoy tendida en mi cama, con estos tres seres que me han hecho nacer nuevamente, es como volver a la vida, me siento tan feliz. Y luego el final, Patricio pide tocar una canción con su guitarra, para su abuela, me siento tan joven, y doy gracias a Dios por este regalo.

Mi aventura después del golpe de Estado de 1973

Por mucho años viví frente al Palacio de la Moneda, prácticamente mi niñez transcurrió en el Centro de Santiago, donde giraba todo el acontecer de Chile, vivía esquina con esquina del Hotel Carrera, el más importante de Santiago. Salían los coches con caballos, en esos encantadores vehículos, desde la Moneda con la reina Isabel de Inglaterra  y desde el hotel los actores más renombrados, que  llegaban a Chile.  En el edificio de al lado estaba el Diario La Nación, que colocaban  en la vereda, en un pizarrón el acontecimiento del Mundo. Ahí leí con impacto el asesinato del Presidente Kennedy y muchas otras noticias Había siempre un carabinero dirigiendo el tránsito en una tarima de madera. En la calle Agustinas con Teatinos.

De chica me tocó presenciar como caía muerto el carabinero que cuidaba la Moneda,  fue el tiempo de la trágica muerte de muchos estudiantes en el Seguro Obrero, en tiempo del Presidente Alessandri. Los carabinero tomaron  nuestro edificio y nosotros huimos por el subterráneo hasta  la calle   Huérfanos donde tomamos un taxi para partir al fundo. Hubo otros recuerdos como las arremetidas de los carabineros contra los comunistas, en tiempos del presidente González Videla que nos impactaron mucho.

militares en el techo del edificio donde vivía
Otro de los recuerdos que tengo son mis charlas con mi padre en su escritorio. Él se sentaba conmigo y me leía las cartas de su primo Don Manuel Rivas Vicuña, gran orador  y político que fue exiliado por el Presidente Ibáñez del Campo. Eran cartas muy conmovedoras y a mí encantaba compartir con mi padre, hombre idealista y político, todos esos acontecimiento. Mucho debido a estas charlas que me apasionaban, creo se debe a mi interés por la política y lo que se proyectaba en mi país.

Transcurrieron los años y me casé con un historiador y Cientista Político. Vivimos después de algunos años, en tiempos del Presidente Allende, en la calle Holanda en el barrio de Ñuñoa, donde mi esposo podía hacer clase en la Universidad De Chile y Católica con sólo caminar. Era una casona antigua con jardín y con una hermosa higuera donde  jugaban nuestros hijos, era una casa acogedora, donde recibíamos a nuestro amigos, mucho intelectuales, eran almuerzos entretenidos donde se intercambiaban ideas y proyectos.

En 1973 la situación del país era grave, el país estaba convulsionado por las contingencias políticas y económicas que vivía el país. Salvador Allende era  el primer presidente socialista elegido democráticamente y eso  tenía su peso. Eran tiempo dramáticos a mi modo de ver, de gran incertidumbre e impotencia al no poder hacer nada  para mantenernos con nuestra gran familia. Fue ahí cuando decidimos partir a Costa Rica. A mi esposo le habían dado un buen puesto en la universidad de Heredia, para levantar un Deptartamento de Historia. El partió antes y yo me iría después. Me quedé con mis siete hijos en la casona de la calle  Holanda. Se respiraba  una atmósfera inquietante, llena de protestas e incertidumbre.

El 11 de Septiembre fue un día que marcó nuestro destino, sentía volar los aviones por encima de la casa, prendí la radio y coloqué un casete para  grabar cuales eran las noticias, en un momento como ese, ahí escuché el  último discurso del presidente Allende, antes de morir, era muy emotivo y me provocó angustia y pena. Todo esto estaba pasando en Chile y yo lo quería compartir con mi esposo. A través de la radio en ese momento tan incierto y desgarrador.

Luego, esto fue lo que me sucedió el 16 o 17 de Septiembre de 1973 y que hoy quiero relatarlo. Desperté temprano, y supe  que  habían levantado el toque de queda por ese día, por unas horas, para poder comprar provisiones.
Tomé mi liebre V.W. y me dirigí al Centro de la ciudad, en la calle Bandera donde estaban los Cables Internacionales, no había Internet y no se podía hacer llamadas al extranjero, pensé lo mal que lo estaría pasando mi marido sin saber de nosotros,  estando él en San José de Costa Rica. Una vez terminada mi diligencia, me acerqué al kiosco de diario más cercano y le pregunte a la señora que vendía “¿usted cree  que podría ver la Moneda?”, me respondió: “si usted no le tiene miedo a los pacos, vaya”.

Caminé hacia el Palacio Presidencial  por la calle Moneda, pasé por la Intendencia donde había un pelotón de carabineros, y me dirigí  hacia la puerta principal de la Moneda, las calles estaban vacías, los faroles rotos, no había un alma en las calles.  Justo frente a la entrada estaba una muchacha, de uno 20 años mirando los daños del bombardeo, al verme empezamos a conversar.  Me preguntó si sabía dónde quedaba Morande, 80, le contesté como no lo voy a saber, si yo viví frente a la Moneda desde los 7 años, la plaza de la Constitución era como el jardín de mi casa, desde mi infancia he vivido la historia de Chile, vi la revolución del Seguro Obrero desde mi ventana y conocí  personalmente a Arturo Alessandri y otros presidentes.

Volviendo al relato doblamos por Morande hacia la Alameda, ahí vimos que frente a la puerta, en la vereda, habían colocado cajuelas, sillas y otros objetos sacados del incendio.  Estaban dos carabineros de guardia parados enfrente.  Dirigiéndome a mi compañera le dije: “Pensar que aquí murió Allende”, impactada a pesar de haber sido opositora a su gobierno. Uno de los carabineros me miró y me dijo: “Le. Gustaría  subir?  Le  contesté: “si”,  mirando a  la muchacha.  Una vez adentro sentí temor, considerando  los momentos tan cruentos que estábamos viviendo. Y pensé  que nos podía pasar cualquier cosa. Por eso les mencioné varios conocidos importantes  para darme valor. Frente a mí, al  lado norte había un zócalo, producto del bombardeo, antes de subir la escalera, ésta estaba llena de
hollín  y escombros,  al dar un paso pisé  un cartón que resultó ser un programa de los Quilapallún, lo tomé y pensé, esto lo llevo de recuerdo porque nadie me va a creer que estuve en la Moneda. Seguí subiendo hasta llegar al segundo piso, ahí  uno de los carabineros me preguntó si quería entrar a la pieza donde había muerto Allende, yo le contesté  que sí, la muchacha contestó que no, pero más tarde me siguió. Como la luz era muy escasa debido a que el sistema eléctrico había quedado  inutilizado por el bombardeo, encendí un fósforo y avancé hasta el centro de la pieza. Quedé  paralizada, el fósforo temblaba en mi mano, ya que en el sillón estaban las manchas de sangre y demás  evidencias de lo ocurrido, no podía creer  lo que estaba  presenciando, el carabinero avanzó  y levantó las manos como si fuera un fantasma tratando de asustarnos, luego me dijo que el presidente Allende había disparado desde ese balcón, con la metralleta que Fidel Castro le regalara.

Avancé  hasta la otra habitación  donde  había una gran mesa en el centro llena de tierra y escombros, sin embargo la pieza  donde falleció el presidente Allende estaba intacta.

Salí de ahí  y los carabineros  tomaron conciencia  de lo que habían hecho, y  nos hicieron prometer que  no le contaríamos a nadie que habíamos  entrado a la Moneda, y que además ellos observarían hacia la Intendencia para ver que ningún uniformado estuviera mirando y pudiéramos  salir sin ser vistas. Eran ellos ahora los que tenían miedo. Les contesté:” ningún problema”.

Cuando íbamos bajando las escaleras mis ojos se posaron en el rincón de uno de los peldaños donde habían unos anteojos. Los tomé inmediatamente y los envolví en  el programa de los Quilapallun  que aún tenía en mis manos .Uno de los carabineros me dijo, no vayan a ser los anteojos de Allende que andaban buscando, seguramente al bajar el cuerpo, resbalaron. Yo les contesté: “estos anteojos son mío, soy señora de historiador y esto no se lo doy a nadie“. Como lo dije con tanta fuerza el carabinero no se atrevió a contradecirme.

Una vez en la calle tomé mi liebre junto con mi compañera a quien dejé en Los Leones con Providencia, lo único que recuerdo es que ella tenía dos apellidos iguales y se casaba la semana siguiente, nunca más supe de ella.

Mantuve esta pieza histórica guardada por muchos años. Luego que llegó la democracia entregué los anteojos al Museo Histórico. A través de este sencillo acto solo deseo realizar un pequeño aporte  en la restitución de tan importante período de nuestra historia.

miércoles, 29 de abril de 2015

Un capitulo de mi vida

Este relato es algo que marcó mi vida, en un momento muy difícil de subsistir.

Después del golpe militar que derrocó al Presidente Allende, la vida se tornó  muy compleja, para una familia como la nuestra con 7 hijos y un esposo universitario con títulos en historia y filosofía. En tiempos de Allende la universidad de Chile pasaba por momentos muy difíciles en cuanto como enfocar la historia de Chile, si no era desde un punto marxista, simplemente no se podía hacer clase, si no, se pensaba en la ideología  del   gobierno.

“ Vino el golpe militar y la Junta también intervino la Universidad de Chile, nombrando un rector militar, con muchas intervenciones y desconfianza, no teniendo la capacidad para discernir en un reto como ese, había que eliminar el marxismo y todo era sospechoso.

Un día estando con Carlos Bascuñán, ayudante de mi marido, conversábamos como poder  subsistir ante tanta dificultad para hacer clases. Enfrenté a Carlos y le dije: ¿qué puedo hacer para que podamos tener una entrada económica?, yo necesito trabajar (con 7 hijos). Me respondió yo conozco al rector de la Biblioteca del Congreso, gran persona y amigo mío, y usted trabajó  haciendo investigaciones de los diarios de épocas pasadas para ayudar a Gonzalo. ¡Fantástico  le contesté,! piense en dos  personas que apoyan a Pinochet y les da sus nombres, me dijo Carlos.


viernes, 24 de agosto de 2012

Gonzalo Izquierdo como historiador del Presente: Cartas a Arnold Bauer,1970-1973.

Prólogo:
                  Conocí  a Gonzalo Izquierdo  por primera vez durante  aquellos años de Frei padre, en el Archivo Nacional donde nos encontramos en la ardua tarea cotidiana de rogarle a ese solemne depositario que nos  rindiese sus secretos. Dada su reserva natural hacia cualquier persona y sobre todo a un ingenuo e incomprensible gringo, nos observábamos cautelosa mente hasta que finalmente terminamos con un amargo  nescafe en la calle Mac iver. Un día después de dos meses de esas danzas rituales,Gonzalo rumiaba--siempre hablamos en su  impecable inglés- que en un futuro indefinido quizás podríamos venir, mi  esposa y yo, a cenar en su casa. Maravilloso,le dije, "vendremos a las nueve hoy  día." Estaba  sediento por conocer algunos nativos y en general, me había sido   difícil llegar a una amistad más allá del intercambio superficial.
                  Durante los meses siguientes nos veíamos casi todos  los días alrededor de la robusta mesa de roble del archivo y paulatina pero firmemente llegamos a ser amigos. Traíamos nuestro franciscano pan  y fruta en una bol sita y nos sentábamos a la sombra de la estatua de Lastarria en las faldas del cerro Santa Lucia. Comíamos de vez en cuando un pegajoso dulce en los salones de té en Huérfanos mientras hablábamos libremente y con poca inhibición de política, de la vida, del amor. Gonzalo trataba  de enseñarme una pequeña parte de su  amplio conocimiento de la historia de Chile, al mismo tiempo que moderaba mis entusiasmos, a veces excesivos.Una tarde, recuerdo que la  luminosa belleza de una chilena sentada al otro lado del salón   me llamó la atención. cuando  le indiqué a Gonzalo el objeto de mi admiración,él se permitió una discreta mirada y luego de echar una bocanada de humo, me respondió con una ligera sugerencia de impaciencia. "No es hermosa Arnold, sólo joven.
                    Los meses se convirtieron en años. Por su  chispeante sentido del humor y fina ironía, por su trato delicado con los amigos y familiares, por su gran conocimiento y  amor a su país  empecé a imaginar a Gonzalo como representante de un "Chile profundo" que me esforzaba en entender. Era para mí, un hijo de su tierra, con raíces profundas, emocional e intelectualmente vinculado a su historia. Como muchas personas, Gonzalo tendía a identificar a su clase con el destino del país  A veces en el remolino de gente y  tráfico de las desordenadas calles céntricas de Santiago, me parecía que él había emergido de las páginas del  Lazarillo de Tormes un austero y elegante hidalgo novo mundano altiva mente indiferente a la vulgaridad de la vida cotidiana. Pero como lo demuestran sus cartas,era un convencido demócrata, un hombre humano y compasivo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Gonzalo Izquierdo Fernández (2)

   Gonzalo ingresó, en 1953, al Instituto Pedagógico de la  Universidad de Chile, con la madurez  de una recién uiendo su vocación de historiador ingresó al programa de Licenciatura en  Filosofía con  mención de Historia,impartido paralelamente al que otorgaba el título profesional de Profesor de Estado, cuyos planes de estudios tenían la ventaja de ser individuales,posibilitando el desarrollo integral en las áreas que  conformaban el centro de interés del postulante al grado académico. Gonzalo ya se había inclinado hacia el campo de la historia de las ideas y,por afinidad, hacia las Ciencias Políticas.

Alumno destacado, formado por una generación de Maestros que  difícilmente volverá a conglomerarse en nuestra  o cualquiera  otra Universidad, como don Juan Gómez Millas, don Eugenio Pereira Salas,don Mario Góngora del  Campo, don Guillermo Feliú Cruz o don Néstor Meza Villalobos, inició su carrera docente universitaria en 1959 cuando fue nombrado Ayudante Tercero.  Ese mismo año ingresé al  Instituto Pedagógico y lo conocí con su eterna pipa en la mano, su andar pausado y meditabundo, que le daban un aspecto de estar en permanente reflexión. Mis compañeros de cursos superiores ya reconocían en él a un dedicado estudioso, valorando la ponderación de sus juicios. Se graduó en 1961 y al año siguiente la Fundación Rockefeller le concedió una beca para proseguir estudios de posgrado en la Universidad de California en Berkeley.Allí, en 1964, obtuvo el  Master of Arts en Ciencias Políticas, regresando al Departamento de Historia de la Universidad de Chile como Profesor  Auxiliar. Cuatro años después el fruto de sus pacientes investigaciones se reflejó en las publicaciones de Un estudio de las ideologías chilenas. La Sociedad de Agricultura en el siglo 19, valioso análisis de las actividades  de aquella  entidad y del pensamiento  de sus miembros entre  los años 1889 y 1990,y  del artículo "La  Hacienda Las  Condes en 1895", aparecido en el Boletín de la Academia de la Historia. Temática que volverá a retomar en Las   sociedades ilustradas en el mundo agrario español  y la Sociedad de Agricultura en Chile (1989). En 1969 se  integró,como  Profesor de Historia de América,al cuerpo  docente  del Instituto de  Historia  de  la  Pontificia Universidad Católica de Chile y  en 1970 regresó a la Universidad de  California, gracias a una   beca de la Fulbrigt, para proseguir su  perfeccionamiento en el campo  de la Historia  Latinoamericana.