Hoy ha sido un día luminoso para mí. Llegaron Rosita Parra (sobrina nieta, nieta de mi querida hermana Manané) y Rodrigo, de la India. Luego de un almuerzo cálido y muy rico, fuimos a caminar por el Parque Escondido, con su pileta y sus lotus, rodeado de un verde precioso, con sus bancas de madera, donde uno se sienta a conversar, a meditar, a contemplar. Es una tarde tibia, de pronto entre los árboles y el pasto veo una figura sentada, que me parece conocida, es mi nieto Patricio, tiene un halo angelical, me mira y se funde en un abrazo conmigo. Nos sentamos los cuatro frente a la pileta, y se da un dialogo distendido como si todos nos conociéramos de mucho tiempo. Los tres personajes parecen de otra galaxia, sin barreras, libres, cálidos, me da una sensación de paz y felicidad. Intercambiamos emociones, experiencias, vivencias, hay un ambiente de magia, ¡me siento muy feliz!.
Vamos a buscar a la Francisca a la piscina, (mi hija) ella está rauda al sol, llena de luz, es otra Francisca, irradia plenitud, por el día de mañana, ¡el encuentro!, con el ser que ella ha elegido, hay tanta energía en ella, es algo espiritual y físico. Es un día más, pero un día pleno.
Subimos a mi pieza y vemos las fotografías del viaje a la India, de Rosita y Rodrigo, son realmente Buenas, más que eso sacadas desde la esencia de lo que hay que conocer. ¡Qué país tan interesante la India. Mísero, duele ver tanta pobreza, pero con una espiritualidad que surge a la vista. Fue revelador ver vacas, monos, circulando por las calles. Esa vegetación prodigiosa, junto con el Ganges y esas miles de figuras que se funden en el agua, donde entierran a sus seres queridos. También lavan la ropa y se bañan, uno no lo puede entender, pero es parte de ellos mismos.
Estoy tendida en mi cama, con estos tres seres que me han hecho nacer nuevamente, es como volver a la vida, me siento tan feliz. Y luego el final, Patricio pide tocar una canción con su guitarra, para su abuela, me siento tan joven, y doy gracias a Dios por este regalo.
lunes, 28 de diciembre de 2015
Mi aventura después del golpe de Estado de 1973
Por mucho años viví frente al Palacio de la Moneda, prácticamente mi niñez transcurrió en el Centro de Santiago, donde giraba todo el acontecer de Chile, vivía esquina con esquina del Hotel Carrera, el más importante de Santiago. Salían los coches con caballos, en esos encantadores vehículos, desde la Moneda con la reina Isabel de Inglaterra y desde el hotel los actores más renombrados, que llegaban a Chile. En el edificio de al lado estaba el Diario La Nación, que colocaban en la vereda, en un pizarrón el acontecimiento del Mundo. Ahí leí con impacto el asesinato del Presidente Kennedy y muchas otras noticias Había siempre un carabinero dirigiendo el tránsito en una tarima de madera. En la calle Agustinas con Teatinos.
De chica me tocó presenciar como caía muerto el carabinero que cuidaba la Moneda, fue el tiempo de la trágica muerte de muchos estudiantes en el Seguro Obrero, en tiempo del Presidente Alessandri. Los carabinero tomaron nuestro edificio y nosotros huimos por el subterráneo hasta la calle Huérfanos donde tomamos un taxi para partir al fundo. Hubo otros recuerdos como las arremetidas de los carabineros contra los comunistas, en tiempos del presidente González Videla que nos impactaron mucho.
Otro de los recuerdos que tengo son mis charlas con mi padre en su escritorio. Él se sentaba conmigo y me leía las cartas de su primo Don Manuel Rivas Vicuña, gran orador y político que fue exiliado por el Presidente Ibáñez del Campo. Eran cartas muy conmovedoras y a mí encantaba compartir con mi padre, hombre idealista y político, todos esos acontecimiento. Mucho debido a estas charlas que me apasionaban, creo se debe a mi interés por la política y lo que se proyectaba en mi país.
Transcurrieron los años y me casé con un historiador y Cientista Político. Vivimos después de algunos años, en tiempos del Presidente Allende, en la calle Holanda en el barrio de Ñuñoa, donde mi esposo podía hacer clase en la Universidad De Chile y Católica con sólo caminar. Era una casona antigua con jardín y con una hermosa higuera donde jugaban nuestros hijos, era una casa acogedora, donde recibíamos a nuestro amigos, mucho intelectuales, eran almuerzos entretenidos donde se intercambiaban ideas y proyectos.
En 1973 la situación del país era grave, el país estaba convulsionado por las contingencias políticas y económicas que vivía el país. Salvador Allende era el primer presidente socialista elegido democráticamente y eso tenía su peso. Eran tiempo dramáticos a mi modo de ver, de gran incertidumbre e impotencia al no poder hacer nada para mantenernos con nuestra gran familia. Fue ahí cuando decidimos partir a Costa Rica. A mi esposo le habían dado un buen puesto en la universidad de Heredia, para levantar un Deptartamento de Historia. El partió antes y yo me iría después. Me quedé con mis siete hijos en la casona de la calle Holanda. Se respiraba una atmósfera inquietante, llena de protestas e incertidumbre.
El 11 de Septiembre fue un día que marcó nuestro destino, sentía volar los aviones por encima de la casa, prendí la radio y coloqué un casete para grabar cuales eran las noticias, en un momento como ese, ahí escuché el último discurso del presidente Allende, antes de morir, era muy emotivo y me provocó angustia y pena. Todo esto estaba pasando en Chile y yo lo quería compartir con mi esposo. A través de la radio en ese momento tan incierto y desgarrador.
Luego, esto fue lo que me sucedió el 16 o 17 de Septiembre de 1973 y que hoy quiero relatarlo. Desperté temprano, y supe que habían levantado el toque de queda por ese día, por unas horas, para poder comprar provisiones.
Tomé mi liebre V.W. y me dirigí al Centro de la ciudad, en la calle Bandera donde estaban los Cables Internacionales, no había Internet y no se podía hacer llamadas al extranjero, pensé lo mal que lo estaría pasando mi marido sin saber de nosotros, estando él en San José de Costa Rica. Una vez terminada mi diligencia, me acerqué al kiosco de diario más cercano y le pregunte a la señora que vendía “¿usted cree que podría ver la Moneda?”, me respondió: “si usted no le tiene miedo a los pacos, vaya”.
Caminé hacia el Palacio Presidencial por la calle Moneda, pasé por la Intendencia donde había un pelotón de carabineros, y me dirigí hacia la puerta principal de la Moneda, las calles estaban vacías, los faroles rotos, no había un alma en las calles. Justo frente a la entrada estaba una muchacha, de uno 20 años mirando los daños del bombardeo, al verme empezamos a conversar. Me preguntó si sabía dónde quedaba Morande, 80, le contesté como no lo voy a saber, si yo viví frente a la Moneda desde los 7 años, la plaza de la Constitución era como el jardín de mi casa, desde mi infancia he vivido la historia de Chile, vi la revolución del Seguro Obrero desde mi ventana y conocí personalmente a Arturo Alessandri y otros presidentes.
Volviendo al relato doblamos por Morande hacia la Alameda, ahí vimos que frente a la puerta, en la vereda, habían colocado cajuelas, sillas y otros objetos sacados del incendio. Estaban dos carabineros de guardia parados enfrente. Dirigiéndome a mi compañera le dije: “Pensar que aquí murió Allende”, impactada a pesar de haber sido opositora a su gobierno. Uno de los carabineros me miró y me dijo: “Le. Gustaría subir? Le contesté: “si”, mirando a la muchacha. Una vez adentro sentí temor, considerando los momentos tan cruentos que estábamos viviendo. Y pensé que nos podía pasar cualquier cosa. Por eso les mencioné varios conocidos importantes para darme valor. Frente a mí, al lado norte había un zócalo, producto del bombardeo, antes de subir la escalera, ésta estaba llena de
hollín y escombros, al dar un paso pisé un cartón que resultó ser un programa de los Quilapallún, lo tomé y pensé, esto lo llevo de recuerdo porque nadie me va a creer que estuve en la Moneda. Seguí subiendo hasta llegar al segundo piso, ahí uno de los carabineros me preguntó si quería entrar a la pieza donde había muerto Allende, yo le contesté que sí, la muchacha contestó que no, pero más tarde me siguió. Como la luz era muy escasa debido a que el sistema eléctrico había quedado inutilizado por el bombardeo, encendí un fósforo y avancé hasta el centro de la pieza. Quedé paralizada, el fósforo temblaba en mi mano, ya que en el sillón estaban las manchas de sangre y demás evidencias de lo ocurrido, no podía creer lo que estaba presenciando, el carabinero avanzó y levantó las manos como si fuera un fantasma tratando de asustarnos, luego me dijo que el presidente Allende había disparado desde ese balcón, con la metralleta que Fidel Castro le regalara.
Avancé hasta la otra habitación donde había una gran mesa en el centro llena de tierra y escombros, sin embargo la pieza donde falleció el presidente Allende estaba intacta.
Salí de ahí y los carabineros tomaron conciencia de lo que habían hecho, y nos hicieron prometer que no le contaríamos a nadie que habíamos entrado a la Moneda, y que además ellos observarían hacia la Intendencia para ver que ningún uniformado estuviera mirando y pudiéramos salir sin ser vistas. Eran ellos ahora los que tenían miedo. Les contesté:” ningún problema”.
Cuando íbamos bajando las escaleras mis ojos se posaron en el rincón de uno de los peldaños donde habían unos anteojos. Los tomé inmediatamente y los envolví en el programa de los Quilapallun que aún tenía en mis manos .Uno de los carabineros me dijo, no vayan a ser los anteojos de Allende que andaban buscando, seguramente al bajar el cuerpo, resbalaron. Yo les contesté: “estos anteojos son mío, soy señora de historiador y esto no se lo doy a nadie“. Como lo dije con tanta fuerza el carabinero no se atrevió a contradecirme.
Una vez en la calle tomé mi liebre junto con mi compañera a quien dejé en Los Leones con Providencia, lo único que recuerdo es que ella tenía dos apellidos iguales y se casaba la semana siguiente, nunca más supe de ella.
Mantuve esta pieza histórica guardada por muchos años. Luego que llegó la democracia entregué los anteojos al Museo Histórico. A través de este sencillo acto solo deseo realizar un pequeño aporte en la restitución de tan importante período de nuestra historia.
De chica me tocó presenciar como caía muerto el carabinero que cuidaba la Moneda, fue el tiempo de la trágica muerte de muchos estudiantes en el Seguro Obrero, en tiempo del Presidente Alessandri. Los carabinero tomaron nuestro edificio y nosotros huimos por el subterráneo hasta la calle Huérfanos donde tomamos un taxi para partir al fundo. Hubo otros recuerdos como las arremetidas de los carabineros contra los comunistas, en tiempos del presidente González Videla que nos impactaron mucho.
militares en el techo del edificio donde vivía |
Transcurrieron los años y me casé con un historiador y Cientista Político. Vivimos después de algunos años, en tiempos del Presidente Allende, en la calle Holanda en el barrio de Ñuñoa, donde mi esposo podía hacer clase en la Universidad De Chile y Católica con sólo caminar. Era una casona antigua con jardín y con una hermosa higuera donde jugaban nuestros hijos, era una casa acogedora, donde recibíamos a nuestro amigos, mucho intelectuales, eran almuerzos entretenidos donde se intercambiaban ideas y proyectos.
En 1973 la situación del país era grave, el país estaba convulsionado por las contingencias políticas y económicas que vivía el país. Salvador Allende era el primer presidente socialista elegido democráticamente y eso tenía su peso. Eran tiempo dramáticos a mi modo de ver, de gran incertidumbre e impotencia al no poder hacer nada para mantenernos con nuestra gran familia. Fue ahí cuando decidimos partir a Costa Rica. A mi esposo le habían dado un buen puesto en la universidad de Heredia, para levantar un Deptartamento de Historia. El partió antes y yo me iría después. Me quedé con mis siete hijos en la casona de la calle Holanda. Se respiraba una atmósfera inquietante, llena de protestas e incertidumbre.
El 11 de Septiembre fue un día que marcó nuestro destino, sentía volar los aviones por encima de la casa, prendí la radio y coloqué un casete para grabar cuales eran las noticias, en un momento como ese, ahí escuché el último discurso del presidente Allende, antes de morir, era muy emotivo y me provocó angustia y pena. Todo esto estaba pasando en Chile y yo lo quería compartir con mi esposo. A través de la radio en ese momento tan incierto y desgarrador.
Luego, esto fue lo que me sucedió el 16 o 17 de Septiembre de 1973 y que hoy quiero relatarlo. Desperté temprano, y supe que habían levantado el toque de queda por ese día, por unas horas, para poder comprar provisiones.
Tomé mi liebre V.W. y me dirigí al Centro de la ciudad, en la calle Bandera donde estaban los Cables Internacionales, no había Internet y no se podía hacer llamadas al extranjero, pensé lo mal que lo estaría pasando mi marido sin saber de nosotros, estando él en San José de Costa Rica. Una vez terminada mi diligencia, me acerqué al kiosco de diario más cercano y le pregunte a la señora que vendía “¿usted cree que podría ver la Moneda?”, me respondió: “si usted no le tiene miedo a los pacos, vaya”.
Caminé hacia el Palacio Presidencial por la calle Moneda, pasé por la Intendencia donde había un pelotón de carabineros, y me dirigí hacia la puerta principal de la Moneda, las calles estaban vacías, los faroles rotos, no había un alma en las calles. Justo frente a la entrada estaba una muchacha, de uno 20 años mirando los daños del bombardeo, al verme empezamos a conversar. Me preguntó si sabía dónde quedaba Morande, 80, le contesté como no lo voy a saber, si yo viví frente a la Moneda desde los 7 años, la plaza de la Constitución era como el jardín de mi casa, desde mi infancia he vivido la historia de Chile, vi la revolución del Seguro Obrero desde mi ventana y conocí personalmente a Arturo Alessandri y otros presidentes.
Volviendo al relato doblamos por Morande hacia la Alameda, ahí vimos que frente a la puerta, en la vereda, habían colocado cajuelas, sillas y otros objetos sacados del incendio. Estaban dos carabineros de guardia parados enfrente. Dirigiéndome a mi compañera le dije: “Pensar que aquí murió Allende”, impactada a pesar de haber sido opositora a su gobierno. Uno de los carabineros me miró y me dijo: “Le. Gustaría subir? Le contesté: “si”, mirando a la muchacha. Una vez adentro sentí temor, considerando los momentos tan cruentos que estábamos viviendo. Y pensé que nos podía pasar cualquier cosa. Por eso les mencioné varios conocidos importantes para darme valor. Frente a mí, al lado norte había un zócalo, producto del bombardeo, antes de subir la escalera, ésta estaba llena de
hollín y escombros, al dar un paso pisé un cartón que resultó ser un programa de los Quilapallún, lo tomé y pensé, esto lo llevo de recuerdo porque nadie me va a creer que estuve en la Moneda. Seguí subiendo hasta llegar al segundo piso, ahí uno de los carabineros me preguntó si quería entrar a la pieza donde había muerto Allende, yo le contesté que sí, la muchacha contestó que no, pero más tarde me siguió. Como la luz era muy escasa debido a que el sistema eléctrico había quedado inutilizado por el bombardeo, encendí un fósforo y avancé hasta el centro de la pieza. Quedé paralizada, el fósforo temblaba en mi mano, ya que en el sillón estaban las manchas de sangre y demás evidencias de lo ocurrido, no podía creer lo que estaba presenciando, el carabinero avanzó y levantó las manos como si fuera un fantasma tratando de asustarnos, luego me dijo que el presidente Allende había disparado desde ese balcón, con la metralleta que Fidel Castro le regalara.
Avancé hasta la otra habitación donde había una gran mesa en el centro llena de tierra y escombros, sin embargo la pieza donde falleció el presidente Allende estaba intacta.
Salí de ahí y los carabineros tomaron conciencia de lo que habían hecho, y nos hicieron prometer que no le contaríamos a nadie que habíamos entrado a la Moneda, y que además ellos observarían hacia la Intendencia para ver que ningún uniformado estuviera mirando y pudiéramos salir sin ser vistas. Eran ellos ahora los que tenían miedo. Les contesté:” ningún problema”.
Cuando íbamos bajando las escaleras mis ojos se posaron en el rincón de uno de los peldaños donde habían unos anteojos. Los tomé inmediatamente y los envolví en el programa de los Quilapallun que aún tenía en mis manos .Uno de los carabineros me dijo, no vayan a ser los anteojos de Allende que andaban buscando, seguramente al bajar el cuerpo, resbalaron. Yo les contesté: “estos anteojos son mío, soy señora de historiador y esto no se lo doy a nadie“. Como lo dije con tanta fuerza el carabinero no se atrevió a contradecirme.
Una vez en la calle tomé mi liebre junto con mi compañera a quien dejé en Los Leones con Providencia, lo único que recuerdo es que ella tenía dos apellidos iguales y se casaba la semana siguiente, nunca más supe de ella.
Mantuve esta pieza histórica guardada por muchos años. Luego que llegó la democracia entregué los anteojos al Museo Histórico. A través de este sencillo acto solo deseo realizar un pequeño aporte en la restitución de tan importante período de nuestra historia.
miércoles, 29 de abril de 2015
Un capitulo de mi vida
Este relato es algo que marcó mi vida, en un momento muy difícil de subsistir.
Después del golpe militar que derrocó al Presidente Allende, la vida se tornó muy compleja, para una familia como la nuestra con 7 hijos y un esposo universitario con títulos en historia y filosofía. En tiempos de Allende la universidad de Chile pasaba por momentos muy difíciles en cuanto como enfocar la historia de Chile, si no era desde un punto marxista, simplemente no se podía hacer clase, si no, se pensaba en la ideología del gobierno.
“ Vino el golpe militar y la Junta también intervino la Universidad de Chile, nombrando un rector militar, con muchas intervenciones y desconfianza, no teniendo la capacidad para discernir en un reto como ese, había que eliminar el marxismo y todo era sospechoso.
Un día estando con Carlos Bascuñán, ayudante de mi marido, conversábamos como poder subsistir ante tanta dificultad para hacer clases. Enfrenté a Carlos y le dije: ¿qué puedo hacer para que podamos tener una entrada económica?, yo necesito trabajar (con 7 hijos). Me respondió yo conozco al rector de la Biblioteca del Congreso, gran persona y amigo mío, y usted trabajó haciendo investigaciones de los diarios de épocas pasadas para ayudar a Gonzalo. ¡Fantástico le contesté,! piense en dos personas que apoyan a Pinochet y les da sus nombres, me dijo Carlos.
Después del golpe militar que derrocó al Presidente Allende, la vida se tornó muy compleja, para una familia como la nuestra con 7 hijos y un esposo universitario con títulos en historia y filosofía. En tiempos de Allende la universidad de Chile pasaba por momentos muy difíciles en cuanto como enfocar la historia de Chile, si no era desde un punto marxista, simplemente no se podía hacer clase, si no, se pensaba en la ideología del gobierno.
“ Vino el golpe militar y la Junta también intervino la Universidad de Chile, nombrando un rector militar, con muchas intervenciones y desconfianza, no teniendo la capacidad para discernir en un reto como ese, había que eliminar el marxismo y todo era sospechoso.
Un día estando con Carlos Bascuñán, ayudante de mi marido, conversábamos como poder subsistir ante tanta dificultad para hacer clases. Enfrenté a Carlos y le dije: ¿qué puedo hacer para que podamos tener una entrada económica?, yo necesito trabajar (con 7 hijos). Me respondió yo conozco al rector de la Biblioteca del Congreso, gran persona y amigo mío, y usted trabajó haciendo investigaciones de los diarios de épocas pasadas para ayudar a Gonzalo. ¡Fantástico le contesté,! piense en dos personas que apoyan a Pinochet y les da sus nombres, me dijo Carlos.
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